lunes, 9 de diciembre de 2019

Más sexo, menos Netflix


 

Desafortunadamente, el sexo sigue siendo un tema tabú en esta Costa Rica a las puertas del 2020, que por poco retrocede a la Edad Media.

Sí, la actividad sexual ha sido arrinconada y relegada al último lugar en la vida de muchísimas parejas. Quizás de la mayoría. ¿A qué le damos más importancia hoy? ¿A trabajos comunales, a mejorar el ornato del barrio, a leer un buen libro, a establecer un presupuesto familiar o a realizar actividad física?

Frío, frío.

Por lo general, a otras actividades más burdas: el futbol nacional, las “tomatingas” (el viernes de moda y el sabadito alegre). Hay “amigos” que solo se reúnen para esos fines. También lo consumen la telenovela, el trabajo, las redes antisociales y las series de Netflix. Un amigo, en un grupo de WhatsApp, nos contaba que él calculaba que al menos 60% de su tiempo libre “se le iba” viendo series de Netflix.

Otra persona muy cercana me decía que “el sexo estaba sobrevalorado”.

Y sí, leyeron bien, también mencioné el trabajo. Cuando alguien (no importa si es gerente o chofer de bus) debe dedicarle 10 horas al día o más e incluso debe seguir los fines de semana y termina exhausto, sin ganas de nada, deja de ser un acto honroso y se convierte en una maldición.

Otros aspectos que influyen son el tedio y la religión. Sin ánimo de generar polémica, es absurdo que el banquete de la intimidad sea mal visto si no es con fines reproductivos.

En Costa Rica, la sexualidad es como un barco lleno de huecos, en medio océano. Rara vez se habla “de eso”. Y cuando se habla, suele hacerse con exageración y morbo. Señalando.

Lo cierto es que somos una cultura muy reprimida sexualmente. Aquí ni siquiera la arquitectura ayuda. En muchos casas ocurre un hecho muy curioso, que no debería suceder ni en las viviendas de “interés social” y es que la pared no llega hasta el techo, sino que termina como un metro antes. Ignoro la causa (y me niego a aceptar que sea un asunto únicamente de costo). Las consecuencias son obvias.

Otro tanto podríamos decir de las camas. Cito al gran educador y sexólogo Mauro Fernández: “el lecho matrimonial tiene dos funciones: la segunda es dormir”.

Es crucial invertir en una buena cama y un buen colchón. Para eso trabaja 12 horas diarias y fines de semana. Aquí hago una pausa para jugar de publicista: el lema de los fabricantes de colchones no debería seguir siendo: “Duerma como un lirón” (aunque también es una delicia) sino “Nuestro colchón es para el descanso y la acción”.

Y ya que hablé de Mauro Fernández, quiero sugerir a quienes han leído hasta aquí, que en el presupuesto de la próxima quincena, dediquen unos colones a la compra de su libro Manual de almohada. Adquiéranlo, en vez de gastar esa plata en la cantina. Y de paso, dejamos de seguirnos “educando” con pornografía. Cómprenlo, léanlo, subrayen, estúdienlo. Eso sí sería un verdadero “happy hour”.

Otro consejo: inviertan en ropa interior. Incluso si no tienen pareja. Les va a fortalecer la autoestima como por arte de magia.

¿Los beneficios del sexo? No me voy a detener en eso. Consulten en fuentes serias de Internet. O, mejor aún, descúbranlo en la próxima noche lluviosa.

miércoles, 31 de julio de 2019

¿Qué nos pasó?


Los costarricenses tenemos muchas cosas buenas. Muchísimas. Sin embargo, en los últimos cien años, el buen gusto ha dejado de ser una de esas cualidades. Para sustentar mi afirmación, ofrezco 6 ejemplos.
El Gran Hotel Costa Rica: aun cuando el autor de estas líneas no es muy versado en estilos arquitectónicos, sí sabe distinguir lo estéticamente agradable. Y dicho hotel perdió después de esa remodelación millonaria.

La casa de los Leones, que quedaba en el Paseo Colón, frente al hospital San Juan de Dios. Primero fue la casa del doctor Eduardo Pinto, luego fue sede del Liceo Franco-Costarricense y actualmente, locales comerciales.
El teatro Variedades: en calle 5, entre avenidas central y 1 (en los mapas de Google aparece como “cine Antiguo”). Inaugurado en 1892. Lleva varios años cerrado. Se conserva la fachada. Por dentro, solo Dios y un grupito muy reducido de personas relacionadas con la conservación de nuestro patrimonio saben cómo está. Conociendo a mi gente, el día menos pensado, nos lo vamos a encontrar lleno de tractores (sin violines).
Media cuadra al norte, vamos a llegar a la antigua biblioteca Nacional. Desde 1971 es un parqueo y un crimen de lesa urbanidad.
Busquen las fotos de Manuel Gómez Miralles en Internet y se darán cuenta de por qué decidí escribir este artículo.
El teatro Apolo, es el único de mi lista fuera de San José. Se ubicaba en la esquina de calle 2 y avenida central de Cartago. Fundado en 1914, ahí se presentaron artistas de clase mundial: Libertad Lamarque, Julio Jaramillo, nuestro tenor Melico Salazar y Agustín Barrios Mangoré.

Fuente: https://caminantedelsur.com/2017/02/06/teatro-apolo-de-cartago-por-adricin-alarcon/

Y para rematar, el mamarracho de Cuesta de Moras, un cementazo de 21 pisos, del cual ni siquiera el encargado sabe cuánto va a costar. O mejor dicho, cuánto nos va a costar.
“Nos atuguriamos”, al decir de don Guido Sáenz, exministro de Cultura.
Y por favor, olvídense del argumento de que “es porque somos un país pobre”. Desigual, sí y dolorosamente cada vez más. Pero pobre, no. Nunca. Eso es una falacia. Pobres eran nuestros bisabuelos en el siglo XIX. Labriegos, sencillos, y en su mayoría, descalzos. Y así lograron darnos el Teatro Nacional.
Bueno, está bien. Digamos que sí, que somos un “país pobre”. Por un momento vamos a comprar ese discurso. En cuyo caso, con más razón, lo que debimos hacer era copiar el diseño del Parlamento de Austria. No, mentira, el ejemplo de Austria no sirve porque es un país rico y nosotros, uno pobre. Entonces hubiéramos copiado el de Hungría, para complacer a los que deseen seguir con esa cantaleta. Lástima que no lo hicimos, tendríamos una réplica del majestuoso Parlamento en Budapest, a orillas del río Danubio.
Grabémonos una cosa: nuestra pobreza no es material, sino mental.
Tenemos mal gusto, y como si eso fuera poco, nos contagiamos además de un mal más grave: la indiferencia. Cambiamos elegancia por parqueos y negocios chimoltrufia. O para concluir con palabras más refinadas, tomo prestadas las de don Arnoldo Mora, filósofo y. al igual que Sáenz, exministro de Cultura. Aunque fue en otro contexto (y acerca de una persona de cuyo nombre no quiero acordarme) se presta para cerrar este pesaroso escrito: [Costa Rica] “recibió herencias y entregó hipotecas”.