La Cucarachita Mandinga es parte de esa joya -ya casi centenaria- de nuestras letras: Los cuentos de mi tía Panchita, de María Isabel Carvajal (Carmen Lyra).
Comienza así: “Había una vez una Cucarachita Mandinga que estaba barriendo las gradas de la puerta de su casita, y se encontró un cinco.
Se puso a pensar en qué emplearía el cinco”.
Se da una curiosa analogía de muchos ticos con respecto al uso del aguinaldo, que a pesar de que no se lo encontraron, suelen comportarse como si así fuera. Lo cierto es que - excepto que usted sea diputado- el dinero cuesta bastante ganárselo.
Hay una semejanza y es que, por alguna extraña razón, la mayoría de la gente lo recibe y se siente obligada a gastarlo, y entre más pronto, mejor.
En otros casos es más grave, pues antes de tenerlo depositado en su cuenta bancaria lo han “disparado”. Parece que la plata les estorbara.
También hay una diferencia: si bien la Cucarachita Mandinga ni siquiera considera guardar una parte del dinero, al menos “se puso a pensar en qué emplearía el cinco”.
“–¿Si compro un sombrero? No, porque no me luche.
–¿Si compro unos aretes? No, porque no me luchen.
–¿Si compro un cinco de cintas? Sí, porque sí me luchen.
Y se fue para las tiendas y compró un cinco de cintas”.
Sobra decir que es bueno gastar. Es merecido, es necesario... es rico. Comprar un buen champú, dos mudaditas –como decían las abuelas– o un teléfono nuevo. Solo surge una pregunta: ¿tiene que ser ese modelo de medio millón de colones?
La respuesta va a determinar si estará muy empinada (o no) su “cuesta de enero”.
Por último, hay quienes –otra vez la mayoría- creen que si ganaran más, resolverían sus problemas financieros. Parece obvio, pero no se engañe, si eso llegara a darse, la tendencia es que la gente rápidamente “se nivela” con los gastos.
Y podríamos seguir con el tema, pero mejor no, porque los chuto. La buena noticia es que esos malos hábitos se pueden corregir.
Diciembre 2013, no publicado.
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