Crisis, crisis y más
crisis. ¡Aquí como todos los días! Esa palabra la oímos medio millón
de veces por semana. La televisión y la radio le dedican considerable
espacio. ¿Saben qué? Yo de mil amores me suscribiría de por vida (apenas pase
la crisis, eso sí) al periódico que por una ocasión no le dé cobertura en su
portada.
La crisis es real,
está ahí –recortando empleos como atacada– cómodamente sentada (a veces se
acuesta) sin indicios de irse.
En otras ocasiones se
da unas grandes paseadotas en los carros blindados, con aire acondicionado,
motor de 12.500 cc y pantalla de blueberry de esos gerentazos y “ceos”
que le dieron vida y le abrieron la puerta para que entrara.
Sí, indudablemente la
crisis se está paseando en todo el mundo.
Sin embargo yo me
pregunto: ¿no le estaremos dando más importancia de la necesaria? ¿No será que
entre más se menciona más fuerza coge? ¿No seremos capaces de hablar de algo
distinto? Yo espero que sí.
Y como sería
paradójico quejarse de la crisis y cruzarse de brazos sin hacer nada ante ello,
permítanme brindarles una sugerencia. No es una ocurrencia, funciona y se ha
demostrado ya por varios años. Es una idea muy sencilla que dejo disponible
para quien la quiera: simplemente consiste en ponerse a escribir. Lo que sea,
lo primero que se le ocurra. Las opciones son sumamente amplias: si usted tiene
buena pluma puede empezar con un ensayo de cosas repetidas hasta la saciedad,
como por ejemplo lo que nos va a pasar a todos si seguimos contaminando el
planeta a este paso. Posible título: Una
verdad hipócrita.
No obstante aquellos
que nunca han escrito ni una cuartilla no tienen que preocuparse. Bastará con
aprovecharse del camino que ya otros iniciaron y publicar El código Da Vinci en 20 páginas: para los que les da pereza leer más;
7 hábitos de los entrenadores altamente
fanfarrones, Caldo de pollo para el
alma de los liguistas, y así sucesivamente. Del mismo modo puede acudir al
cuento, y ofrecerle uno al público vernáculo: De cómo tío Conejo descubrió el secreto.
Si le interesa la
magia también hay mercado para usted. Suponemos que un libro de magia se
llevaría varios tomos. ¿Qué nombre le pondremos? Aunque podría llamarse Jorge Sandoval, el príncipe de la hamaca,
ese nombre no nos gusta ya que no resulta atractivo. Necesita uno más
comercial, Larry Pocker o algo así.
Si alguien decide hacer una película basada en su libro el éxito está asegurado.
A lo mejor lo suyo es
la novela, entonces le sugiero El
amor en tiempos de crisis. O por qué no sacar al Quijote del baúl y así
como ha sido traducido al “espanglish”, podemos darle otro golpe peor que el
que se llevó nuestro hidalgo con los molinos y adaptarlo a un público meta
claramente definido, el pachuco: “En un chante de la Chaman, de cuyo nombre me
da tigra acordarme…”
La Nación, 7 de abril de 2009
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