La Nación ha
vuelto a publicar una noticia sobre la anarquía que causan los “cuidacarros” en
nuestro país.
Personalmente he llegado al punto de que ya
nada de lo que lea o escuche al respecto me sorprende.
Sin embargo, confieso hay un detalle que sí me
llena de estupor. Me tiene anonadado, absorto, patidifuso y un poco
cariacontecido.
Son las increíbles coincidencias que existen
entre los cuidacarros y los políticos. Veamos unas cuantas:
Ganan mucho y no hacen nada. La nota de la reportera Vanessa Loaiza menciona de un tipo que está en el Parque
Nacional y afirma que en ese sitio se puede ganar entre ¢8.000 y ¢10.000 por
cada jornada de ocho horas. Ahí, en el Parque Nacional, muy cerca de Cuesta de
Moras. Ya por el hecho de estar en ese lugar, aunque sea durmiendo, se sienten
con derecho a percibir ingresos.
Su descaro no tiene límites. Uno de ellos reconoció abiertamente que lo único que busca es plata
para comprar droga.
No admiten competencia. Copio textualmente del reportaje: “Jorge Chacón, quien vigila autos en
una acera del parque Nacional, en San José, relató que el pasado 16 de
diciembre (día del Festival de la Luz) un colega hirió con un arma blanca a un
hombre que pretendía trabajar en esa zona.”
Tienen la sartén por el mango. Los ciudadanos debemos apegarnos sin chistar a lo que ellos dicen,
porque de lo contrario, aunque seamos más, nos va mal. Además a la hora de los
reclamos no aparecen.
Venden lo que no les pertenece. Basta con ver el título del reportaje. Un individuo de apellido
Moscoso pidió ¢500.000 por ceder toda la acera ubicada frente a la catedral de
Alajuela. ¿No tendrá un combo que incluya el parque? ¿O un fin de
semana en la casa de Pollo Macho?
Prometen y después no cumplen: las declaraciones del señor Porras (el del Parque Nacional) son un
primor: “Yo vengo honradamente a trabajar, pero si se roban un carro, que se lo
lleven (…)”
Se sienten imprescindibles. Creen que los necesitamos para vivir pero sin
ninguna duda estaríamos mucho mejor sin ellos. Ese día del Festival de la Luz
–un evento gratuito– cobraban hasta ¢2.000.
Un vigilante de Puntarenas quiere conformar
una asociación en el Paseo de los Turistas. Ni pensarlo, sería la peor
desgracia para el país: un sindicato de cuidacarros, haciendo bloqueos en los
días soleados y exigiendo convenciones colectivas por los lluviosos.
Y de postre... “Cuando se vende una
cuadra el resto de “cuidacarros” vecinos aceptan al nuevo inquilino y lo
defienden ante la eventual llegada de otros trabajadores informales que quieran
adueñarse del punto.” Eso es lo más triste de todo: que a pesar de las mil
historias que ya conocemos, no falta quien los apoye y hasta los aclame.
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