La Nación ha vuelto a publicar una noticia sobre la anarquía que causan los "cuidacarros" en nuestro país.
Todos los hemos visto. Llega uno, cierra el carro y no hay nadie. Apenas nos vamos a ir, salen de una sombra o de una alcantarilla y exclaman alegremente: "Estaba bien cuidadito, varón".
Lo peor del caso es que la mayoría son unas pesetas de hombre que están para que los cuiden.
Por eso, aunque sea llover sobre mojado, déjenme contarles una experiencia que tuve con estos tipos.
Ocurrió en las afueras del Mall San Pedro. Yo iba con mis hermanas, que se bajaron a hacer una compra que no les tomaría más de 10 minutos.
Yo me quedé en el carro.
Regresaron mis hermanas, y ya nos íbamos, cuando, de repente, apareció...
¡El "guachi"!
–Son tres tejitas.
Le contesté que yo me había quedado en el carro, y me respondió:
–Ah sí, pero es por el campo.
Y le dije: –Enséñeme su nombre pintado en la calle y le pago.
Él me sugirió que mejor no me volviera a aparecer por ahí y, aunque no entendí qué más me dijo, me lo imagino.
Hace un tiempo, en estas mismas páginas dije que había que formar un frente común para acabar de raíz con este mal. Pero no funcionó. Los ticos seguimos domesticados y llegué a la conclusión de que jamás vamos a actuar en "plan Fuenteovejuna" para ponerle fin a esta plaga, que ya hasta nos llaman "limpios" si no les damos lo que piden.
Por eso creo que lo más conveniente es poner en práctica aquel adagio de "Si no puede contra ellos, únaseles" y que todos nos hagamos "cuidacarros". Viéndolo bien, solo ventajas se pueden obtener si eso pasa.
Eche pluma: cuatro millones de ticos ganando ¢150.000 al mes, por 12 meses, se obtiene un gran total de ¢7.200.000.000.000 netos, como nuevo ingreso anual de Costa Rica, que hasta en devaluados colones es una fortuna. Tanto así, que nos permitiría quitarnos la condición cariñosamente llamada desde tiempos ancestrales "país en vías de desarrollo".
También se acabaría la injusticia en la repartición del ingreso que tanto preocupa a los economistas.
Por otra parte, no sería necesario destruir los pocos edificios bonitos que quedan en San José para convertirlos en parqueos.
A eso súmele lo que se ahorraría el país al eliminar el gasto público en educación y tonterías de ese tipo. Pero eso no es todo: nuestra salud mejoraría notablemente por dos razones: 1) ese oficio no genera estrés y 2) está demostrado que la salud de los "cuidacarros" es envidiable pues no es cualquier persona la que se pega un sprint de trescientos metros, como hacen ellos varias veces al día, para alcanzar a los que se quieren ir sin pagar.
Y lo mejor es que todo eso se lograría sin molestarse mucho.
La Nación, 5 de junio de 2002
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