jueves, 15 de abril de 2010

¡Qué lindas que son las ticas!

Nada original, es cierto. Se me adelantó el poeta Mario Chacón Segura. Muchos años, no sé exactamente cuántos. Lo único malo es que se quedó corto. Su melodía es una verdad a medias. Mujeres lindas hay en cualquier parte. Pero la belleza de las mujeres ticas es de otro mundo. No deja de sorprenderme. Sin necesidad de ir a los bares de moda. Basta con salir a caminar por la calle para comprobarlo.

Los ticos somos privilegiados. La cantidad de mujeres bellas es impresionante. (Por así decirlo, en realidad es para volverse loco). Cuando uno va manejando lo mejor que le puede pasar es tener que detenerse en cada esquina por los semáforos para esperar que crucen. Yo a menudo me pregunto dónde está la luz roja cuando más se necesita.

Nunca han ganado un concurso de "miss universo". ¿Y qué? Eso no quiere decir absolutamente nada. Las ticas no tienen las medidas perfectas. ¿Cómo van a tener lo que no existe? No las queremos a todas iguales, como muñecos de papel.

Como sabemos, hay cosas que el dinero no puede comprar. Esas mujeres tan radiantes que contemplamos nosotros aquí a diario no las podría soñar Donald Trump con su peluquín y sus millones.

Nuestras mujeres pueden medir 1,80. Ó 1,50. Ser morenas. O blancas. Delgadas. O “mulonas”. Pero todas cautivan con su sonrisa y con ese brillo en sus ojos oscuros. O azules.




Y lo que resulta increíble es que aquí no hay discriminación. Esas mujeres de atractivo exorbitante se encuentran tanto en San José, caminando frente al edificio del Correo como en el parque de Alajuela. En Cartago y en Heredia. En Guápiles y en Liberia. Y no quiero ni hablar de cuando lleguemos a la playa.

Tampoco hay miseria. Esas mujeres de ensueño son más abundantes que las lluvias de octubre.

“Con mucho amor en el alma / ellas quieren de verdad…” dice la canción en ritmo de tambito. ¿Qué más se puede pedir?

“Por eso son tan queridas / por eso son adoradas / por eso no las cambiamos / venerándolas más y más…”

Con esa última estrofa confieso que tengo mis dudas. ¿De verdad les estamos dando el lugar y la importancia que se merecen? Es lo menos que deberíamos hacer, pues todas ellas, sin excepción, con solo verlas pasar, sin proponérselo y sin darse cuenta son capaces de alegrarle el día a cualquiera.


Setiembre 2008

miércoles, 14 de abril de 2010

Cabanga

Todo lo bueno llega a su fin. Lo he recordado una vez más el último sábado del 2007 al enterarme del cierre de la inigualable columna Al grano.

Para desazón de mucha gente y el regocijo de muchísima, su propio autor, don Édgar Espinoza se despidió de sus lectores ese día.

Menciona que esperaba este desenlace en cualquier momento. Nosotros también. Hace bastante tiempo, cuando no nos cobraban por estacionar el vehículo en la calle, esta sección la publicaba además los martes y jueves. En el 2001 nos racionaron la columna, así como en el 2007 nos racionaron la electricidad.

Ahora solo nos queda bailar con las bandas del dólar, el auge en la construcción, las leyes del TLC y la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos.

Édgar Espinoza ha sido el gran cronista de Costa Rica. Considero que sus comentarios, a menudo punzantes pero sin punzarse, son fundamentales para tratar de entender este país y por qué nosotros, sus 4 millones de hijos somos como somos. Aunque, –nota al margen –, cada vez con mayor frecuencia me ataca la duda de si los costarricenses vivimos en un país o en cuento.

Sus lectores entusiastas y sus detractores forman legión. Hubo quienes se divirtieron con este espacio. Y otra gran cantidad de personas, más de mil, con el presidente Arias a la cabeza, le hicieron la cruz.

Sin embargo mi historia va más allá. Este fotógrafo de 30 años no solo reflexionó y las disfrutó a lo grande, sino que por una razón sencillísima les halla un sabor particular: los dislates de Édgar Espinoza han sido inspiración para aventurarse a pergeñar artículos diversos, aunque sea uno cada 7 meses y que han contado con generoso espacio en estas mismas páginas.

En otras palabras, yo aprendí a leer con Paco y Lola y a escribir con Al grano.

Por eso, y por las tazas de café que compartimos se me hace inevitable no sentir cabanga.

¡Saludos, estimado amigo!

Le debo una invitación a comer papas con chorizo. Y desde luego las gracias por haberle dado vida a esta columna. Pasamos muchos y muy buenos momentos juntos. Ella y yo.


27 de diciembre de 2007. No publicado.

Todo cuesta


Una sola vez me lo dijo. Yo era un muchacho que no llegaba a los quince años. Ella era una tía (tía abuela, en realidad) llena de afecto, sin educación formal. A menudo era ignorada pues consideraban que solo repetía incoherencias. Una sola vez me lo dijo, después de un almuerzo.

En los pasados días de descanso (merecidos o no) su sentencia ha vuelto a mí y todavía me parece estar viendo su cara y sus manos delgadas y oyendo aquello que solo una vez me dijo: “Parece mentira Sandovalito, pero todo cuesta”.

Cuando uno es niño no lo advierte, pero aprender a andar en bicicleta es de las cosas más difíciles que hay. Cuántos porrazos nos llevamos, cuántos raspones… Aterrizamos con la barbilla, nos cosieron, nos quitaron los puntos, nos quedó cicatriz. Y sin embargo –la magia de la edad– nos atrevimos a volver a tomar la bici y qué satisfacción cuando logramos dominarla. Cuando nuestros padres nos vieron fue imposible no sentirnos orgullosos.

Cuando crecemos, por alguna extraña razón lo hacemos acompañado de una idea –diametralmente opuesta a la de mi tía– que aceptamos de los demás y lo que es peor, de nosotros mismos: “Eso no se puede hacer”. Entre más inviernos alcanzamos, más frecuente se vuelve. Ciertos días uno termina por aceptarla. El mundo está listo para sonar matracas cada vez que alguien desiste.

Parece mentira pero todo cuesta. Sin duda me quedo con esa frase.

Desarrollar buena condición y mejorar la apariencia 
física cuesta. Tenerle paciencia y respeto al conductor del otro carro cuesta. Tratar con la estima que se merecen esas personas que amamos y nos han dado tanto, a menudo cuesta. Cuesta aprender a tocar guitarra, hablar en público, cuidarnos el peso y no complicarnos la vida por cualquier carajada (chochada, como dirían los nicas).

Parece mentira pero todo cuesta. Aunque yo no he encontrado nada más complicado en el mundo que decir “94” en francés.

Encontrar verdaderos amigos, cuidarlos y conservarlos cuesta. Escribir un artículo para el periódico es algo placentero pero… ya saben lo que pasa. Y que lo publiquen cuesta todavía más.

Realizar un proyecto personal, empezar un negocio propio o establecer una relación cuesta. Nos equivocamos, fallamos, nos mienten, nos rechazan y nos mandan para la cocina… y aún así lo volvemos a intentar las veces que sean necesarias.

Disfrutar de una conversación agradable, buena música y unas tazas de café… eso no cuesta pero lo hemos complicado por puro gusto.

Forjar un matrimonio sólido –nos lo han asegurado en más de una ocasión y lo creemos– es una labor ardua que todos los días cuesta.

Y termino (porque ser conciso también me cuesta): es fundamental perseverar. No tiene ni poquito sentido quedarse sentado solo porque a esa bicicleta que es la vida, con mucha frecuencia se le zafa la cadena.


Abril 2009

Peraza


Con frecuencia es grato volver la vista atrás y valorar, aunque sea tarde, lo que quizás no se supo aprovechar en su debido momento: padres, vecinos, abuelos o amores que pudieron ser y no fueron.

Hoy, dos lustros después de haber egresado del colegio al que “íbamos ufanos”, deseo rendir homenaje a aquellos profesores que realmente se esforzaron por hacer de sus alumnos personas sanas, de amplio criterio y mayor valía. Honor a quien honor merece. Y los educadores del Liceo Laboratorio lo merecen a manos llenas.

En contraste con la enciclopedia de horrores que vemos hoy en las noticias, donde los estudiantes son lamentables protagonistas, allí se nos enseñó diálogo, decencia, respeto por los demás y fe, así como a ser solidarios y optimistas.

Ya aquellos profes disfrutan de su merecida jubilación y ya nuestro Liceo no es lo que era. Sin embargo, donde quiera que estén, un sincero reconocimiento a Juan Carlos García, María Elena Jiménez, Liliana Mora, Adáis Barrantes, Julio Arroyo, Carlos Muñoz, Jorge Tigre Abellán, Herberth Serrano, Nidia, Rocío, Carmen y Juan de Dios Alvarado, más conocido como…

Pero debo detenerme en uno: don Gerardo Peraza Rodríguez, a quien, pese a su condición particular (daba Mate), siempre lo recordaremos con afecto.

Lo llamábamos Peraza, a secas. Trabajó en el Liceo desde su fundación en 1972. En él se reúnen todas las características de un excelente profesor. Nos tuvo enorme paciencia, algo vital en esa disciplina, y nos inculcó deseos de superación.

Lo recordamos en su aula, la número 9, con vista a la plaza: “Les fue mal en el examen porque vomitaron matemática”. O, una buena razón para odiarlo: “Tenían que haber empezado a estudiar ayer, ya hoy es tarde”. Pero después, con dejo paternal, nos decía: “Yo no me enojo si me preguntan, me enojo si no me preguntan. Las dudas de uno pueden ser las dudas de muchos”. Y remataba con su frase célebre: “Jóvenes, no se dejen meter diez con hueco”. Eso caló hondo en todos nosotros.

Y seguía contándonos sus ardientes deseos de que Belén sobresaliera en futbol y nosotros estudiáramos todos los días. Siento pena por él pues, mientras estuvimos ahí, no se le cumplió nada de eso.

Sin embargo, nos recibía siempre con una sonrisa, pese a nuestra apatía y una difícil situación personal por la que estaba pasando.

Pero más vale tarde que nunca. O mejor dicho, nunca es tarde cuando amanece o cuando la dicha llega. Por eso y muchas cosas más, gracias, Peraza, muchas gracias por sus valiosos consejos, pues no pasaba un solo día sin que nos retara a ser mejores y a no comer cuento.


La Nación, 4 de agosto de 2007

¡Oh jupas!

Bien se nos dice a todos los que pasamos por la escuela de Administración de Negocios: el sentido común es el menos común de los sentidos.

Sin duda, cada lector podrá contar numerosos ejemplos. Sin embargo déjenme mencionar tres que yo mismo vi con estos ojos que algún día se comerán los gusanos.

El primero se remonta a 4 años atrás –tal vez más– en el parque nacional Manuel Antonio. Nos fuimos a recorrer algunos de sus senderos. Como era de esperarse, regresamos con mucha sed. Ya estaba el sol en el cénit, así que nos dirigimos a un pequeño kiosco que estaba en la entrada para comprar refrescos y lo único que nos encontramos en el local fue un rótulo: “Cerrado de 12 a 1”.

Teníamos opciones, desde luego. Siempre las hay. Una era tomar agua de mar y otra, igual de razonable, salir del parque para comprar agua de pipa. Solo que por esta, aunque tan abundante como la salada, sí había que pagar. En aquel entonces nos estaban cobrando ¢300 por cada una. Cosa curiosa: hoy, en el 2005, un agua de pipa en San José cuesta ¢120.

¡Viva el turismo!

La segunda historia es, además, una clara muestra de que en cualquier trabajo u oficio se pueden hacer chambonadas.

No obstante, el que quiera superar esta, una pieza de colección que nos ofrece el Ministerio de Obras Públicas y Transportes va a tener que esforzarse al máximo.

Uno de sus hijos, el Consejo de Seguridad Vial, en su loable campaña en pro del cinturón de seguridad colocó uno de esos letreros amarillo ICE en La Sabana, al inicio de la carretera Próspero Fernández. Todo habría estado perfecto si no fuera porque lo pusieron paralelo apenas a un metro de distancia de una señal de información, con lo cual resulta imposible de ver, pues queda escondida.

Está pero no está.

Por amor, usen la cabeza.

El tercer y último caso, al menos por ahora, es también el más reciente. Fue el domingo 28 de agosto. Acudí al Teatro Nacional para el concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional. El café del Teatro estuvo abierto durante el intermedio. Los visitantes, muchos de ellos extranjeros, ocupaban varias mesas.

Cuando terminó la función llovía mucho y sin intenciones de parar. Aproximadamente 200 personas, entre músicos y público, tuvimos que escampar aglomerados en el Teatro por más de 20 minutos. La espera hubiera resultado más agradable con una taza de café o una copa de vino. Pero la cafetería estaba cerrada.

¿La opción? El Gran Hotel Costa Rica.

Al menos esa mañana traía su aspecto jocoso, cortesía del ‘cuidacarros’ que tal vez sin proponérselo me hizo reírme mucho, pues pretendía que yo le pagara ¢1.500 por dejar mi vehículo sobre la avenida 2, en plena calle.

¡Ah pecaito!


La Nación, 2 de setiembre de 2005

Señores diputados, sean más serios


Más patética e indignante que todas las derrotas de la Selección juntas, es la ocurrencia de los diputados del PLUSC, de aumentar en 50% (de ¢8.000 millones a ¢12.000 millones) el monto para la “deuda política”, un ridículo concepto que según algunos fortalece la democracia.

Una vez más hemos visto que la desfachatez de algunos “padres de la patria” encabezados por Luis Gerardo Villanueva no conoce límites.

Usted, diputado Villanueva Monge afirma (La Nación, 4/6/2005) que el costo promedio del voto por persona en nuestro país es muy bajo ($1,6) comparado con otras naciones. Yo le pregunto: ¿Cuáles países? ¿De dónde sacó ese dato? ¿Qué aspectos se tomaron en cuenta? Y por último, aunque no menos importante: a nosotros, ¿qué nos importa?

Cualquier persona que haya visto llover sabe que la cena más cara no siempre es la mejor.

La pena nos embarga al saber que esa propuesta viene del partido que se hace llamar “socialdemócrata” y que en 25 años lo único que ha hecho por la pobreza es aumentarla. Por no hablar de otros asuntos como la “carretera” Interamericana norte, cuyo estado es deplorable. Un optimista se emocionaría al pensar que ya no le cabe un hueco más.

También sería interesante conocer cuál es su posición con respecto al plan fiscal.

Por cierto, ¿el ministro Carrillo qué tiene que decir? ¿Y don Óscar Arias qué opina al respecto? Agradecería que me deje un mensaje en mi teléfono móvil.

Señores diputados, sean más serios. Este “aporte del Estado” no contribuye un ápice a mejorar nuestra democracia “centenaria y ejemplar”. Para muestra, varios botones del uso que se le da a esos recursos. Veamos...

¿Qué se hace con esa plata? Imprimir y pegar un montón de banderas en árboles que echan a perder todo el paisaje desde La Sabana hasta Manuel Antonio: ("Julio Matías -sin apellido- diputado 2002-2006”).

¿Qué se hace con esa plata? Confeccionar camisetas para los niños que lo llevan a uno de la mano a la mesa de votación, como si fuéramos incapaces de llegar solos.

¿Qué se hace con esa plata? Contratar buses para que los viven en Tilarán vayan a pasear (y a votar si les queda tiempo) a la península de Osa, dónde “están registrados” (gracias a la desidia del TSE, en buena medida), o para que los lleven en carro a la escuela que queda a un kilómetro y los dejen de nuevo en la casa, en lugar de caminar, en esos días tan lindos de febrero.

Por eso y muchas cosas más me opongo. Digo mejor, me opondría si tuviera opción. Porque todo esto tiene de democracia lo mismo que tiene de virgen una actriz porno.

La Nación, 27 de junio del 2005

Anestesia local


A mí realmente me da mucha pena ver noticias. No solo porque ya no queda espacio para “anunciar” más mujeres asesinadas por sus compañeros. O porque comunican que la Asamblea Legislativa formará una nueva comisión mixta para analizar, probablemente si se da o no tala ilegal en nuestro país. Como si no les bastara con la palabra de la ministra del ambiente y de los empresarios que aseguran que no. O porque me entere que hubo una nueva apelación en el tortuoso camino de la carretera Bernardo Soto. ¿Los sindicalistas de Limón hicieron otra huelga? Qué falta de consideración de parte del gobierno. No comprenden lo horrible que es trabajar frente al mar y rodeado de palmeras.

Nada de eso.

Lo que encuentro patético es la sección de deportes. Me parece lamentable la cobertura que le dan los periodistas al “deporte rey” en estos 51.100 kilómetros cuadrados. Lo mismo si es un partido del campeonatillo local o un juego que deparó otra vergonzosa derrota a la selección. Veamos el primer caso: antes había un solo clásico nacional, por supuesto Saprissa y la Liga. De un tiempo para acá, resulta que todos los partidos son “clásicos”. Cartago y Heredia disputan el clásico provincial. El Carmen y la Liga: el clásico de Alajuela ya le queda corto. ¿Saben cómo escuché recientemente? ¡El Derby manudo! ¿Cuál otro inventaron hace poco? Ah sí, Puntarenas - Limón, ¡faltaba más!, es el clásico de los puertos.

Cuando había un solo clásico, las barras se organizaban para llevar alegría y apoyo a su equipo por medio de cantos. Ahora se hizo costumbre (importada) quebrarle los vidrios de la casa a una familia tibaseña por el imperdonable error de ser liguista. Esos que se hacen llamar aficionados ya causaron una muerte. ¿Cuántas más faltan? Cuando había un solo clásico, uno llegaba dos horas antes, compraba su entrada y listo. Ahora, los que todavía tienen el valor de ir al estadio deben hacer ochocientos metros de fila para comprarla en reventa, por lo menos al doble del costo original.
Ahora juega la “Sele” en Barbados. ¡Mirá que bonito es Barbados! Fin del partido: Barbados 2, Costa Rica 1. ¡Es insoportable el calor que hace aquí en Barbados! Mientras tanto, en nuestro terruño le dedicarán 800 páginas de cobertura, repleta de entrevistas y gráficas en color en la prensa escrita y muchas horas de “debate” en radio y televisión, opiniones a entrenadores, exentrenadores y principalmente aspirantes a entrenadores. Esos últimos abundan.

Si el equipo de todos gana, sálvese quien pueda, los precios se disparan, (excepto los de las hamburguesas) surgen nuevos impuestos fantasmas, el país se paraliza, el guaro no alcanza para celebrar que “ya estamos en el mundial”. Los precios vuelven a subir y el pueblo, cual bestia de carga, se los echa al lomo por dos posibles razones: si reclama lo premian con más azotes para que se apure y se calle, o lo que es más probable, no se ha dado cuenta que hay alguien más que está metiendo goles con un estilo que ya se desearía Chope.

Pobre pueblo el nuestro, que a falta de una hectárea de zona verde donde ir a andar en bici, patear bola o trotar, le recetan esos remedos de futbol y concursos, que lo que provocan es ganas de llorar a todo dar.

Julio 2000