Más patética e indignante que todas las derrotas de la Selección juntas, es la ocurrencia de los diputados del PLUSC, de aumentar en 50% (de ¢8.000 millones a ¢12.000 millones) el monto para la “deuda política”, un ridículo concepto que según algunos fortalece la democracia.
Una vez más hemos visto que la desfachatez de algunos “padres de la patria” encabezados por Luis Gerardo Villanueva no conoce límites.
Usted, diputado Villanueva Monge afirma (La Nación, 4/6/2005) que el costo promedio del voto por persona en nuestro país es muy bajo ($1,6) comparado con otras naciones. Yo le pregunto: ¿Cuáles países? ¿De dónde sacó ese dato? ¿Qué aspectos se tomaron en cuenta? Y por último, aunque no menos importante: a nosotros, ¿qué nos importa?
Cualquier persona que haya visto llover sabe que la cena más cara no siempre es la mejor.
La pena nos embarga al saber que esa propuesta viene del partido que se hace llamar “socialdemócrata” y que en 25 años lo único que ha hecho por la pobreza es aumentarla. Por no hablar de otros asuntos como la “carretera” Interamericana norte, cuyo estado es deplorable. Un optimista se emocionaría al pensar que ya no le cabe un hueco más.
También sería interesante conocer cuál es su posición con respecto al plan fiscal.
Por cierto, ¿el ministro Carrillo qué tiene que decir? ¿Y don Óscar Arias qué opina al respecto? Agradecería que me deje un mensaje en mi teléfono móvil.
Señores diputados, sean más serios. Este “aporte del Estado” no contribuye un ápice a mejorar nuestra democracia “centenaria y ejemplar”. Para muestra, varios botones del uso que se le da a esos recursos. Veamos...
¿Qué se hace con esa plata? Imprimir y pegar un montón de banderas en árboles que echan a perder todo el paisaje desde La Sabana hasta Manuel Antonio: ("Julio Matías -sin apellido- diputado 2002-2006”).
¿Qué se hace con esa plata? Confeccionar camisetas para los niños que lo llevan a uno de la mano a la mesa de votación, como si fuéramos incapaces de llegar solos.
¿Qué se hace con esa plata? Contratar buses para que los viven en Tilarán vayan a pasear (y a votar si les queda tiempo) a la península de Osa, dónde “están registrados” (gracias a la desidia del TSE, en buena medida), o para que los lleven en carro a la escuela que queda a un kilómetro y los dejen de nuevo en la casa, en lugar de caminar, en esos días tan lindos de febrero.
Por eso y muchas cosas más me opongo. Digo mejor, me opondría si tuviera opción. Porque todo esto tiene de democracia lo mismo que tiene de virgen una actriz porno.
La Nación, 27 de junio del 2005
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