Una sola vez me lo dijo. Yo era un muchacho que no llegaba a los quince años. Ella era una tía (tía abuela, en realidad) llena de afecto, sin educación formal. A menudo era ignorada pues consideraban que solo repetía incoherencias. Una sola vez me lo dijo, después de un almuerzo.
En los pasados días de descanso (merecidos o no) su sentencia ha vuelto a mí y todavía me parece estar viendo su cara y sus manos delgadas y oyendo aquello que solo una vez me dijo: “Parece mentira Sandovalito, pero todo cuesta”.
Cuando uno es niño no lo advierte, pero aprender a andar en bicicleta es de las cosas más difíciles que hay. Cuántos porrazos nos llevamos, cuántos raspones… Aterrizamos con la barbilla, nos cosieron, nos quitaron los puntos, nos quedó cicatriz. Y sin embargo –la magia de la edad– nos atrevimos a volver a tomar la bici y qué satisfacción cuando logramos dominarla. Cuando nuestros padres nos vieron fue imposible no sentirnos orgullosos.
Cuando crecemos, por alguna extraña razón lo hacemos acompañado de una idea –diametralmente opuesta a la de mi tía– que aceptamos de los demás y lo que es peor, de nosotros mismos: “Eso no se puede hacer”. Entre más inviernos alcanzamos, más frecuente se vuelve. Ciertos días uno termina por aceptarla. El mundo está listo para sonar matracas cada vez que alguien desiste.
Parece mentira pero todo cuesta. Sin duda me quedo con esa frase.
Desarrollar buena condición y mejorar la apariencia física cuesta. Tenerle paciencia y respeto al conductor del otro carro cuesta. Tratar con la estima que se merecen esas personas que amamos y nos han dado tanto, a menudo cuesta. Cuesta aprender a tocar guitarra, hablar en público, cuidarnos el peso y no complicarnos la vida por cualquier carajada (chochada, como dirían los nicas).
Parece mentira pero todo cuesta. Aunque yo no he encontrado nada más complicado en el mundo que decir “94” en francés.
Encontrar verdaderos amigos, cuidarlos y conservarlos cuesta. Escribir un artículo para el periódico es algo placentero pero… ya saben lo que pasa. Y que lo publiquen cuesta todavía más.
Realizar un proyecto personal, empezar un negocio propio o establecer una relación cuesta. Nos equivocamos, fallamos, nos mienten, nos rechazan y nos mandan para la cocina… y aún así lo volvemos a intentar las veces que sean necesarias.
Disfrutar de una conversación agradable, buena música y unas tazas de café… eso no cuesta pero lo hemos complicado por puro gusto.
Forjar un matrimonio sólido –nos lo han asegurado en más de una ocasión y lo creemos– es una labor ardua que todos los días cuesta.
Y termino (porque ser conciso también me cuesta): es fundamental perseverar. No tiene ni poquito sentido quedarse sentado solo porque a esa bicicleta que es la vida, con mucha frecuencia se le zafa la cadena.
Abril 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario