jueves, 9 de septiembre de 2010

Increíbles coincidencias


La Nación   ha vuelto a publicar una noticia sobre la anarquía que causan los “cuidacarros” en nuestro país.
Personalmente he llegado al punto de que ya nada de lo que lea o escuche al respecto me sorprende.
Sin embargo, confieso hay un detalle que sí me llena de estupor. Me tiene anonadado, absorto, patidifuso y un poco cariacontecido.
Son las increíbles coincidencias que existen entre los cuidacarros y los políticos. Veamos unas cuantas:
Ganan mucho y no hacen nada. La nota de la reportera Vanessa Loaiza menciona de un tipo que está en el Parque Nacional y afirma que en ese sitio se puede ganar entre ¢8.000 y ¢10.000 por cada jornada de ocho horas. Ahí, en el Parque Nacional, muy cerca de Cuesta de Moras. Ya por el hecho de estar en ese lugar, aunque sea durmiendo, se sienten con derecho a percibir ingresos.
Su descaro no tiene límites. Uno de ellos reconoció abiertamente que lo único que busca es plata para comprar droga.
No admiten competencia. Copio textualmente del reportaje: “Jorge Chacón, quien vigila autos en una acera del parque Nacional, en San José, relató que el pasado 16 de diciembre (día del Festival de la Luz) un colega hirió con un arma blanca a un hombre que pretendía trabajar en esa zona.”
Tienen la sartén por el mango. Los ciudadanos debemos apegarnos sin chistar a lo que ellos dicen, porque de lo contrario, aunque seamos más, nos va mal. Además a la hora de los reclamos no aparecen.
Venden lo que no les pertenece. Basta con ver el título del reportaje. Un individuo de apellido Moscoso pidió ¢500.000 por ceder toda la acera ubicada frente a la catedral de Alajuela. ¿No tendrá un combo que incluya el parque? ¿O un fin de semana en la casa de Pollo Macho?
Prometen y después no cumplen: las declaraciones del señor Porras (el del Parque Nacional) son un primor: “Yo vengo honradamente a trabajar, pero si se roban un carro, que se lo lleven (…)”
Se sienten imprescindibles. Creen que los necesitamos para vivir pero sin ninguna duda estaríamos mucho mejor sin ellos. Ese día del Festival de la Luz –un evento gratuito– cobraban hasta ¢2.000.
Un vigilante de Puntarenas quiere conformar una asociación en el Paseo de los Turistas. Ni pensarlo, sería la peor desgracia para el país: un sindicato de cuidacarros, haciendo bloqueos en los días soleados y exigiendo convenciones colectivas por los lluviosos.
Y de postre... “Cuando se vende una cuadra el resto de “cuidacarros” vecinos aceptan al nuevo inquilino y lo defienden ante la eventual llegada de otros trabajadores informales que quieran adueñarse del punto.” Eso es lo más triste de todo: que a pesar de las mil historias que ya conocemos, no falta quien los apoye y hasta los aclame.





El español, lengua muerta


 

Es cierto, hay 1.059 costarriqueñismos en la nueva edición del diccionario de la Real Academia, 705 más que en la edición anterior. ¿Y?
¿Estarán pensando los señores (y señoras, no vaya a ser) de la Academia Costarricense de la Lengua que ya con eso basta para asegurarle larga vida al idioma español en nuestro país?
Creo que no. Por el contrario creo que cada día que pasa cometemos asesinatos cada vez más crueles y despiadados contra nuestro idioma.
De la misma manera e igual impunidad con la que unos padres asesinan a su hija de 7 meses y nadie dice nada.
Para muestra, ¿podría alguien explicarme por qué el diccionario Espasa Calpe año 2000 registra voces como “beautiful people”?
Si me leyera Montaner, probablemente diría que soy víctima del antiamericanismo, pero no. Simplemente no puedo comprender por qué le dicen embajada americana a la de Estados Unidos o ‘serie mundial’ a la final de beisbol de ese país. Tontito, sí, puede ser y se los acepto, qué se le va a hacer. Pero antiamericano, eso jamás.
Gym, concert, movie, gay, party, date, beach, office, baby shower, birthday, outlet, mall, food court, coffee, “cidi”, slice, thank you, sale, for sale, cash, rating, store, loser, hands free, stand,  tienen su respectivo vocablo en español, pero algunos encuentran qué complicación y qué polada. Más cool decirlas en inglés. Of course.
Y eso es apenas la punta del iceberg.
Tampoco tengo nada contra el inglés. Es más, sé muy bien que si no lo hablo fluido no me van a contratar ni siquiera como recepcionista en el show de Cristina...
Pero que en una conversación en español empiecen a meter palabrejas en inglés, se me ocurre que es como ir a una boda con saco, corbata y en lugar de pantalón; un short bien corrongo.
Tenemos el caso de cierto periódico que cada mes saca un suplemento para que salgamos corriendo a comprar lo que está in.
Otros hacen una mescolanza de pronombres (tú, vos, usted...) que da miedo. [Si usted quiere lo puedes dejar apartado, como he escuchado a más de un persistente vendedor].
Por eso y muchas cosas más, estoy convencido de que nadie lo ha dicho mejor que la Chilindrina: “el español es un idioma tan bonito cuando se habla correctamente”.

Tribuna del idioma (La Nación) 1º de febrero del 2004.

¡Y dale con los "cuidacarros"!


La Nación ha vuelto a publicar una noticia sobre la anarquía que causan los "cuidacarros" en nuestro país.

Todos los hemos visto. Llega uno, cierra el carro y no hay nadie. Apenas nos vamos a ir, salen de una sombra o de una alcantarilla y exclaman alegremente: "Estaba bien cuidadito, varón".
Lo peor del caso es que la mayoría son unas pesetas de hombre que están para que los cuiden.
Por eso, aunque sea llover sobre mojado, déjenme contarles una experiencia que tuve con estos tipos.
Ocurrió en las afueras del Mall San Pedro. Yo iba con mis hermanas, que se bajaron a hacer una compra que no les tomaría más de 10 minutos.
Yo me quedé en el carro.
Regresaron mis hermanas, y ya nos íbamos, cuando, de repente, apareció...
¡El "guachi"!
–Son tres tejitas.
Le contesté que yo me había quedado en el carro, y me respondió:
–Ah sí, pero es por el campo.
Y le dije: –Enséñeme su nombre pintado en la calle y le pago.
Él me sugirió que mejor no me volviera a aparecer por ahí y, aunque no entendí qué más me dijo, me lo imagino.
Hace un tiempo, en estas mismas páginas dije que había que formar un frente común para acabar de raíz con este mal. Pero no funcionó. Los ticos seguimos domesticados y llegué a la conclusión de que jamás vamos a actuar en "plan Fuenteovejuna" para ponerle fin a esta plaga, que ya hasta nos llaman "limpios" si no les damos lo que piden.
Por eso creo que lo más conveniente es poner en práctica aquel adagio de "Si no puede contra ellos, únaseles" y que todos nos hagamos "cuidacarros". Viéndolo bien, solo ventajas se pueden obtener si eso pasa.
Eche pluma: cuatro millones de ticos ganando ¢150.000 al mes, por 12 meses, se obtiene un gran total de ¢7.200.000.000.000 netos, como nuevo ingreso anual de Costa Rica, que hasta en devaluados colones es una fortuna. Tanto así, que nos permitiría quitarnos la condición cariñosamente llamada desde tiempos ancestrales "país en vías de desarrollo".
También se acabaría la injusticia en la repartición del ingreso que tanto preocupa a los economistas.
Por otra parte, no sería necesario destruir los pocos edificios bonitos que quedan en San José para convertirlos en parqueos.
A eso súmele lo que se ahorraría el país al eliminar el gasto público en educación y tonterías de ese tipo. Pero eso no es todo: nuestra salud mejoraría notablemente por dos razones: 1) ese oficio no genera estrés y 2) está demostrado que la salud de los "cuidacarros" es envidiable pues no es cualquier persona la que se pega un sprint de trescientos metros, como hacen ellos varias veces al día, para alcanzar a los que se quieren ir sin pagar.
Y lo mejor es que todo eso se lograría sin molestarse mucho.

La Nación, 5 de junio de 2002

Oda al reguetontón


Olvídate del Concierto de Aranjuez
eso es cosa del pasado, tú lo ves
lo más bacano pa relajarse ahora es
este tu ritmo que te quema los pies
pa que pongas tu trasero en la pista tu sabes
voy a contar hasta diez
no, pensándolo bien mejor solo hasta tres
y arriba, arriba, arriba otra vez

Escucha bandolera lo que te voy a decir
el reguetón nació en Puerto Rico y Panamá
pa quedarse llegó, no se va a ir
oye ma, dime pa
vinimo a parisear y no pa dormir

Hazme caso mi pana, busca a una mujer
dale perreo hasta el amanecer
dale duro --es cachondeo puro-- la tienes que encender
y yo te aseguro que la vas a poseer

Y recuerda nena tú eres mi vieja
por eso te digo
perrea y perrea y no olvides esta moraleja
parisea solo conmigo
que soy tu pareja
y tu eres mi oveja
mi lírica es denbow del duro
el flow que te traigo no es para gente pendeja

Y no te preocupes si se te acabó la gasolina
un consejo yo te doy y vale más que de oro una mina
toma el teléfono y llama ya a tu vecina
invítala a tu casa a ver películas de Capulina
Febrero 2006

Somos confianzudos



Leemos los resultados de una pequeña encuesta de dos preguntas publicada el viernes 21 de abril en la sección “Idiosincrática de este periódico.
La primera pregunta es “¿Son los ticos muy confianzudos en el trato hacia las personas?”. La segunda: “¿De qué forma les habla a los siguientes tipos de personas?”
La respuesta de la primera es tajante: 88% contestó que sí. La segunda arroja respuestas bastante curiosas:
El 77% dice que trata de “usted” a las personas mayores y al 49% de personas de su misma edad. El 7% recurre al “tú o vos” para los mayores y 32% para sus coetáneos. El 14% dijo usar “ambas” para las personas mayores y un 16% para los de los mismos almanaques.
Pero aquí olvidaron una cuestión esencial: no es la edad entre las personas la que determina el que idealmente debería ser el modo de comunicarse entre sí, sino más bien la cercanía, el vínculo existente.
Esta es otra de las tantas cosas que lamentablemente no se enseña en nuestras escuelas.
No se enseña y debe de ser por eso que la gente no lo aprende. Entonces claro, hablan al tarantantán, a lo chancho chingo, es decir, a como salga, sin ni siquiera sospechar de los desatinos que están cometiendo.
Muchos hacen una mescolanza de pronombres que da miedo. [“Si quieres lo puede dejar apartado”, como he escuchado a más de un persistente vendedor].
Otra reacción lógica de no notar la diferencia entre ambos tratamientos es cuando se dirigen hacia esas personas y les da lo mismo Juana que Chana. “El 54% de los consultados aseguró que no les molesta para nada que un desconocido los trate de vos, mientras que a un 26% les incomoda un poco y solo al 18% le molesta mucho”.
El “usted” debe usarse entre las personas donde hay una jerarquía definida, personas que no se conocen o se ven poco, aunque hayan nacido el mismo día.
Pocas cosas resultan más patéticas que escuchar: “¿Qué me dijiste: regular o super?”. Y hablar de “tú” en nuestro lluvioso país es un ridículo muy difícil de superar.
Por ende, el “vos” queda reservado únicamente para dirigirse a los primos, compañeros, novia, colegas, cuñadas y amigas y todas las demás personas con las que mantenemos una relación de pellizquito en nalga.



http://www.nacion.com/ln_ee/2006/abril/21/pais16.html

En tiempos de crisis



Crisis, crisis y más crisis. ¡Aquí como todos los días! Esa palabra la oímos medio millón de veces por semana. La televisión y la radio le dedican considerable espacio. ¿Saben qué? Yo de mil amores me suscribiría de por vida (apenas pase la crisis, eso sí) al periódico que por una ocasión no le dé cobertura en su portada.

La crisis es real, está ahí –recortando empleos como atacada– cómodamente sentada (a veces se acuesta) sin indicios de irse.

En otras ocasiones se da unas grandes paseadotas en los carros blindados, con aire acondicionado, motor de 12.500 cc y pantalla de blueberry de esos gerentazos y “ceos” que le dieron vida y le abrieron la puerta para que entrara.

Sí, indudablemente la crisis se está paseando en todo el mundo.

Sin embargo yo me pregunto: ¿no le estaremos dando más importancia de la necesaria? ¿No será que entre más se menciona más fuerza coge? ¿No seremos capaces de hablar de algo distinto? Yo espero que sí.

Y como sería paradójico quejarse de la crisis y cruzarse de brazos sin hacer nada ante ello, permítanme brindarles una sugerencia. No es una ocurrencia, funciona y se ha demostrado ya por varios años. Es una idea muy sencilla que dejo disponible para quien la quiera: simplemente consiste en ponerse a escribir. Lo que sea, lo primero que se le ocurra. Las opciones son sumamente amplias: si usted tiene buena pluma puede empezar con un ensayo de cosas repetidas hasta la saciedad, como por ejemplo lo que nos va a pasar a todos si seguimos contaminando el planeta a este paso. Posible título: Una verdad hipócrita.

No obstante aquellos que nunca han escrito ni una cuartilla no tienen que preocuparse. Bastará con aprovecharse del camino que ya otros iniciaron y publicar El código Da Vinci en 20 páginas: para los que les da pereza leer más; 7 hábitos de los entrenadores altamente fanfarrones, Caldo de pollo para el alma de los liguistas, y así sucesivamente. Del mismo modo puede acudir al cuento, y ofrecerle uno al público vernáculo: De cómo tío Conejo descubrió el secreto.

Si le interesa la magia también hay mercado para usted. Suponemos que un libro de magia se llevaría varios tomos. ¿Qué nombre le pondremos? Aunque podría llamarse Jorge Sandoval, el príncipe de la hamaca, ese nombre no nos gusta ya que no resulta atractivo. Necesita uno más comercial, Larry Pocker o algo así. Si alguien decide hacer una película basada en su libro el éxito está asegurado.

A lo mejor lo suyo es la novela, entonces le sugiero El amor en tiempos de crisis. O por qué no sacar al Quijote del baúl y así como ha sido traducido al “espanglish”, podemos darle otro golpe peor que el que se llevó nuestro hidalgo con los molinos y adaptarlo a un público meta claramente definido, el pachuco: “En un chante de la Chaman, de cuyo nombre me da tigra acordarme…”
La Nación, 7 de abril de 2009

Cuchillo pa su pescuezo

Llego tarde con este comentario, yo sé. Pero no podía dejarlo pasar. Y con la selección eliminada del Mundial es más fácil hablar de otra cosa que no sea futbol. Sobre todo, es preferible.

Me refiero a una publicación de la periodista Karen Fernández Monterrosa, del Diario Extra el pasado 14 de febrero, donde relataba que “un grupo de cuidacarros se encuentra muy molesto con la Comisión Organizadora de los Carnavales de Puntarenas debido a la decisión de estos de cobrarles una cuota de diez mil colones para realizar dicha función”. Continúa la nota, textualmente: “Lo que molesta a los improvisados trabajadores es que consideran que este cobro es ilegal, pues las calles son públicas (...)”
Ahí está. Eso era lo que yo quería oír. Como dicen los abogados: a confesión de parte, relevo de pruebas. En mi pueblo esa frase se resumiría aún con más sencillez: es cuchillo para su propio pescuezo.
A mí me resulta sumamente curioso, por no decir incomprensible: es ilegal que les cobren a los cuidacarros porque las calles son públicas, y sin embargo los cuidacarros sí pueden hacerlo en idénticas condiciones.
¿Seguimos? Sí. “Por esta situación, José Guido Castellón junto a Yamileth Rivas Delgado, Alexander Calderón y Cornelio Sequeira Hernández se presentaron en la fiscalía de Puntarenas para poner la denuncia ante lo que consideran un abuso.”
Que alguien me explique, porque no entiendo el razonamiento de estos cuidacarros de marras. ¿Por qué no les pueden cobrar a los cuidacarros pero ellos sí pueden cobrarle a los conductores?
Que alguien me explique. Despacio y desde el principio, pues no sé ni siquiera dónde me perdí. ¿No es la misma historia del ganso y la gansa?
No pretendo agotar el tema, es la última de mis intenciones; ya que es bastante amplio. Se las trae. Hasta alcanzaría para rodar una telenovela. Un título podría ser Los cuidacarros también lloran.

La Nación, 1º de julio de 2006

jueves, 15 de abril de 2010

¡Qué lindas que son las ticas!

Nada original, es cierto. Se me adelantó el poeta Mario Chacón Segura. Muchos años, no sé exactamente cuántos. Lo único malo es que se quedó corto. Su melodía es una verdad a medias. Mujeres lindas hay en cualquier parte. Pero la belleza de las mujeres ticas es de otro mundo. No deja de sorprenderme. Sin necesidad de ir a los bares de moda. Basta con salir a caminar por la calle para comprobarlo.

Los ticos somos privilegiados. La cantidad de mujeres bellas es impresionante. (Por así decirlo, en realidad es para volverse loco). Cuando uno va manejando lo mejor que le puede pasar es tener que detenerse en cada esquina por los semáforos para esperar que crucen. Yo a menudo me pregunto dónde está la luz roja cuando más se necesita.

Nunca han ganado un concurso de "miss universo". ¿Y qué? Eso no quiere decir absolutamente nada. Las ticas no tienen las medidas perfectas. ¿Cómo van a tener lo que no existe? No las queremos a todas iguales, como muñecos de papel.

Como sabemos, hay cosas que el dinero no puede comprar. Esas mujeres tan radiantes que contemplamos nosotros aquí a diario no las podría soñar Donald Trump con su peluquín y sus millones.

Nuestras mujeres pueden medir 1,80. Ó 1,50. Ser morenas. O blancas. Delgadas. O “mulonas”. Pero todas cautivan con su sonrisa y con ese brillo en sus ojos oscuros. O azules.




Y lo que resulta increíble es que aquí no hay discriminación. Esas mujeres de atractivo exorbitante se encuentran tanto en San José, caminando frente al edificio del Correo como en el parque de Alajuela. En Cartago y en Heredia. En Guápiles y en Liberia. Y no quiero ni hablar de cuando lleguemos a la playa.

Tampoco hay miseria. Esas mujeres de ensueño son más abundantes que las lluvias de octubre.

“Con mucho amor en el alma / ellas quieren de verdad…” dice la canción en ritmo de tambito. ¿Qué más se puede pedir?

“Por eso son tan queridas / por eso son adoradas / por eso no las cambiamos / venerándolas más y más…”

Con esa última estrofa confieso que tengo mis dudas. ¿De verdad les estamos dando el lugar y la importancia que se merecen? Es lo menos que deberíamos hacer, pues todas ellas, sin excepción, con solo verlas pasar, sin proponérselo y sin darse cuenta son capaces de alegrarle el día a cualquiera.


Setiembre 2008

miércoles, 14 de abril de 2010

Cabanga

Todo lo bueno llega a su fin. Lo he recordado una vez más el último sábado del 2007 al enterarme del cierre de la inigualable columna Al grano.

Para desazón de mucha gente y el regocijo de muchísima, su propio autor, don Édgar Espinoza se despidió de sus lectores ese día.

Menciona que esperaba este desenlace en cualquier momento. Nosotros también. Hace bastante tiempo, cuando no nos cobraban por estacionar el vehículo en la calle, esta sección la publicaba además los martes y jueves. En el 2001 nos racionaron la columna, así como en el 2007 nos racionaron la electricidad.

Ahora solo nos queda bailar con las bandas del dólar, el auge en la construcción, las leyes del TLC y la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos.

Édgar Espinoza ha sido el gran cronista de Costa Rica. Considero que sus comentarios, a menudo punzantes pero sin punzarse, son fundamentales para tratar de entender este país y por qué nosotros, sus 4 millones de hijos somos como somos. Aunque, –nota al margen –, cada vez con mayor frecuencia me ataca la duda de si los costarricenses vivimos en un país o en cuento.

Sus lectores entusiastas y sus detractores forman legión. Hubo quienes se divirtieron con este espacio. Y otra gran cantidad de personas, más de mil, con el presidente Arias a la cabeza, le hicieron la cruz.

Sin embargo mi historia va más allá. Este fotógrafo de 30 años no solo reflexionó y las disfrutó a lo grande, sino que por una razón sencillísima les halla un sabor particular: los dislates de Édgar Espinoza han sido inspiración para aventurarse a pergeñar artículos diversos, aunque sea uno cada 7 meses y que han contado con generoso espacio en estas mismas páginas.

En otras palabras, yo aprendí a leer con Paco y Lola y a escribir con Al grano.

Por eso, y por las tazas de café que compartimos se me hace inevitable no sentir cabanga.

¡Saludos, estimado amigo!

Le debo una invitación a comer papas con chorizo. Y desde luego las gracias por haberle dado vida a esta columna. Pasamos muchos y muy buenos momentos juntos. Ella y yo.


27 de diciembre de 2007. No publicado.

Todo cuesta


Una sola vez me lo dijo. Yo era un muchacho que no llegaba a los quince años. Ella era una tía (tía abuela, en realidad) llena de afecto, sin educación formal. A menudo era ignorada pues consideraban que solo repetía incoherencias. Una sola vez me lo dijo, después de un almuerzo.

En los pasados días de descanso (merecidos o no) su sentencia ha vuelto a mí y todavía me parece estar viendo su cara y sus manos delgadas y oyendo aquello que solo una vez me dijo: “Parece mentira Sandovalito, pero todo cuesta”.

Cuando uno es niño no lo advierte, pero aprender a andar en bicicleta es de las cosas más difíciles que hay. Cuántos porrazos nos llevamos, cuántos raspones… Aterrizamos con la barbilla, nos cosieron, nos quitaron los puntos, nos quedó cicatriz. Y sin embargo –la magia de la edad– nos atrevimos a volver a tomar la bici y qué satisfacción cuando logramos dominarla. Cuando nuestros padres nos vieron fue imposible no sentirnos orgullosos.

Cuando crecemos, por alguna extraña razón lo hacemos acompañado de una idea –diametralmente opuesta a la de mi tía– que aceptamos de los demás y lo que es peor, de nosotros mismos: “Eso no se puede hacer”. Entre más inviernos alcanzamos, más frecuente se vuelve. Ciertos días uno termina por aceptarla. El mundo está listo para sonar matracas cada vez que alguien desiste.

Parece mentira pero todo cuesta. Sin duda me quedo con esa frase.

Desarrollar buena condición y mejorar la apariencia 
física cuesta. Tenerle paciencia y respeto al conductor del otro carro cuesta. Tratar con la estima que se merecen esas personas que amamos y nos han dado tanto, a menudo cuesta. Cuesta aprender a tocar guitarra, hablar en público, cuidarnos el peso y no complicarnos la vida por cualquier carajada (chochada, como dirían los nicas).

Parece mentira pero todo cuesta. Aunque yo no he encontrado nada más complicado en el mundo que decir “94” en francés.

Encontrar verdaderos amigos, cuidarlos y conservarlos cuesta. Escribir un artículo para el periódico es algo placentero pero… ya saben lo que pasa. Y que lo publiquen cuesta todavía más.

Realizar un proyecto personal, empezar un negocio propio o establecer una relación cuesta. Nos equivocamos, fallamos, nos mienten, nos rechazan y nos mandan para la cocina… y aún así lo volvemos a intentar las veces que sean necesarias.

Disfrutar de una conversación agradable, buena música y unas tazas de café… eso no cuesta pero lo hemos complicado por puro gusto.

Forjar un matrimonio sólido –nos lo han asegurado en más de una ocasión y lo creemos– es una labor ardua que todos los días cuesta.

Y termino (porque ser conciso también me cuesta): es fundamental perseverar. No tiene ni poquito sentido quedarse sentado solo porque a esa bicicleta que es la vida, con mucha frecuencia se le zafa la cadena.


Abril 2009

Peraza


Con frecuencia es grato volver la vista atrás y valorar, aunque sea tarde, lo que quizás no se supo aprovechar en su debido momento: padres, vecinos, abuelos o amores que pudieron ser y no fueron.

Hoy, dos lustros después de haber egresado del colegio al que “íbamos ufanos”, deseo rendir homenaje a aquellos profesores que realmente se esforzaron por hacer de sus alumnos personas sanas, de amplio criterio y mayor valía. Honor a quien honor merece. Y los educadores del Liceo Laboratorio lo merecen a manos llenas.

En contraste con la enciclopedia de horrores que vemos hoy en las noticias, donde los estudiantes son lamentables protagonistas, allí se nos enseñó diálogo, decencia, respeto por los demás y fe, así como a ser solidarios y optimistas.

Ya aquellos profes disfrutan de su merecida jubilación y ya nuestro Liceo no es lo que era. Sin embargo, donde quiera que estén, un sincero reconocimiento a Juan Carlos García, María Elena Jiménez, Liliana Mora, Adáis Barrantes, Julio Arroyo, Carlos Muñoz, Jorge Tigre Abellán, Herberth Serrano, Nidia, Rocío, Carmen y Juan de Dios Alvarado, más conocido como…

Pero debo detenerme en uno: don Gerardo Peraza Rodríguez, a quien, pese a su condición particular (daba Mate), siempre lo recordaremos con afecto.

Lo llamábamos Peraza, a secas. Trabajó en el Liceo desde su fundación en 1972. En él se reúnen todas las características de un excelente profesor. Nos tuvo enorme paciencia, algo vital en esa disciplina, y nos inculcó deseos de superación.

Lo recordamos en su aula, la número 9, con vista a la plaza: “Les fue mal en el examen porque vomitaron matemática”. O, una buena razón para odiarlo: “Tenían que haber empezado a estudiar ayer, ya hoy es tarde”. Pero después, con dejo paternal, nos decía: “Yo no me enojo si me preguntan, me enojo si no me preguntan. Las dudas de uno pueden ser las dudas de muchos”. Y remataba con su frase célebre: “Jóvenes, no se dejen meter diez con hueco”. Eso caló hondo en todos nosotros.

Y seguía contándonos sus ardientes deseos de que Belén sobresaliera en futbol y nosotros estudiáramos todos los días. Siento pena por él pues, mientras estuvimos ahí, no se le cumplió nada de eso.

Sin embargo, nos recibía siempre con una sonrisa, pese a nuestra apatía y una difícil situación personal por la que estaba pasando.

Pero más vale tarde que nunca. O mejor dicho, nunca es tarde cuando amanece o cuando la dicha llega. Por eso y muchas cosas más, gracias, Peraza, muchas gracias por sus valiosos consejos, pues no pasaba un solo día sin que nos retara a ser mejores y a no comer cuento.


La Nación, 4 de agosto de 2007

¡Oh jupas!

Bien se nos dice a todos los que pasamos por la escuela de Administración de Negocios: el sentido común es el menos común de los sentidos.

Sin duda, cada lector podrá contar numerosos ejemplos. Sin embargo déjenme mencionar tres que yo mismo vi con estos ojos que algún día se comerán los gusanos.

El primero se remonta a 4 años atrás –tal vez más– en el parque nacional Manuel Antonio. Nos fuimos a recorrer algunos de sus senderos. Como era de esperarse, regresamos con mucha sed. Ya estaba el sol en el cénit, así que nos dirigimos a un pequeño kiosco que estaba en la entrada para comprar refrescos y lo único que nos encontramos en el local fue un rótulo: “Cerrado de 12 a 1”.

Teníamos opciones, desde luego. Siempre las hay. Una era tomar agua de mar y otra, igual de razonable, salir del parque para comprar agua de pipa. Solo que por esta, aunque tan abundante como la salada, sí había que pagar. En aquel entonces nos estaban cobrando ¢300 por cada una. Cosa curiosa: hoy, en el 2005, un agua de pipa en San José cuesta ¢120.

¡Viva el turismo!

La segunda historia es, además, una clara muestra de que en cualquier trabajo u oficio se pueden hacer chambonadas.

No obstante, el que quiera superar esta, una pieza de colección que nos ofrece el Ministerio de Obras Públicas y Transportes va a tener que esforzarse al máximo.

Uno de sus hijos, el Consejo de Seguridad Vial, en su loable campaña en pro del cinturón de seguridad colocó uno de esos letreros amarillo ICE en La Sabana, al inicio de la carretera Próspero Fernández. Todo habría estado perfecto si no fuera porque lo pusieron paralelo apenas a un metro de distancia de una señal de información, con lo cual resulta imposible de ver, pues queda escondida.

Está pero no está.

Por amor, usen la cabeza.

El tercer y último caso, al menos por ahora, es también el más reciente. Fue el domingo 28 de agosto. Acudí al Teatro Nacional para el concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional. El café del Teatro estuvo abierto durante el intermedio. Los visitantes, muchos de ellos extranjeros, ocupaban varias mesas.

Cuando terminó la función llovía mucho y sin intenciones de parar. Aproximadamente 200 personas, entre músicos y público, tuvimos que escampar aglomerados en el Teatro por más de 20 minutos. La espera hubiera resultado más agradable con una taza de café o una copa de vino. Pero la cafetería estaba cerrada.

¿La opción? El Gran Hotel Costa Rica.

Al menos esa mañana traía su aspecto jocoso, cortesía del ‘cuidacarros’ que tal vez sin proponérselo me hizo reírme mucho, pues pretendía que yo le pagara ¢1.500 por dejar mi vehículo sobre la avenida 2, en plena calle.

¡Ah pecaito!


La Nación, 2 de setiembre de 2005

Señores diputados, sean más serios


Más patética e indignante que todas las derrotas de la Selección juntas, es la ocurrencia de los diputados del PLUSC, de aumentar en 50% (de ¢8.000 millones a ¢12.000 millones) el monto para la “deuda política”, un ridículo concepto que según algunos fortalece la democracia.

Una vez más hemos visto que la desfachatez de algunos “padres de la patria” encabezados por Luis Gerardo Villanueva no conoce límites.

Usted, diputado Villanueva Monge afirma (La Nación, 4/6/2005) que el costo promedio del voto por persona en nuestro país es muy bajo ($1,6) comparado con otras naciones. Yo le pregunto: ¿Cuáles países? ¿De dónde sacó ese dato? ¿Qué aspectos se tomaron en cuenta? Y por último, aunque no menos importante: a nosotros, ¿qué nos importa?

Cualquier persona que haya visto llover sabe que la cena más cara no siempre es la mejor.

La pena nos embarga al saber que esa propuesta viene del partido que se hace llamar “socialdemócrata” y que en 25 años lo único que ha hecho por la pobreza es aumentarla. Por no hablar de otros asuntos como la “carretera” Interamericana norte, cuyo estado es deplorable. Un optimista se emocionaría al pensar que ya no le cabe un hueco más.

También sería interesante conocer cuál es su posición con respecto al plan fiscal.

Por cierto, ¿el ministro Carrillo qué tiene que decir? ¿Y don Óscar Arias qué opina al respecto? Agradecería que me deje un mensaje en mi teléfono móvil.

Señores diputados, sean más serios. Este “aporte del Estado” no contribuye un ápice a mejorar nuestra democracia “centenaria y ejemplar”. Para muestra, varios botones del uso que se le da a esos recursos. Veamos...

¿Qué se hace con esa plata? Imprimir y pegar un montón de banderas en árboles que echan a perder todo el paisaje desde La Sabana hasta Manuel Antonio: ("Julio Matías -sin apellido- diputado 2002-2006”).

¿Qué se hace con esa plata? Confeccionar camisetas para los niños que lo llevan a uno de la mano a la mesa de votación, como si fuéramos incapaces de llegar solos.

¿Qué se hace con esa plata? Contratar buses para que los viven en Tilarán vayan a pasear (y a votar si les queda tiempo) a la península de Osa, dónde “están registrados” (gracias a la desidia del TSE, en buena medida), o para que los lleven en carro a la escuela que queda a un kilómetro y los dejen de nuevo en la casa, en lugar de caminar, en esos días tan lindos de febrero.

Por eso y muchas cosas más me opongo. Digo mejor, me opondría si tuviera opción. Porque todo esto tiene de democracia lo mismo que tiene de virgen una actriz porno.

La Nación, 27 de junio del 2005

Anestesia local


A mí realmente me da mucha pena ver noticias. No solo porque ya no queda espacio para “anunciar” más mujeres asesinadas por sus compañeros. O porque comunican que la Asamblea Legislativa formará una nueva comisión mixta para analizar, probablemente si se da o no tala ilegal en nuestro país. Como si no les bastara con la palabra de la ministra del ambiente y de los empresarios que aseguran que no. O porque me entere que hubo una nueva apelación en el tortuoso camino de la carretera Bernardo Soto. ¿Los sindicalistas de Limón hicieron otra huelga? Qué falta de consideración de parte del gobierno. No comprenden lo horrible que es trabajar frente al mar y rodeado de palmeras.

Nada de eso.

Lo que encuentro patético es la sección de deportes. Me parece lamentable la cobertura que le dan los periodistas al “deporte rey” en estos 51.100 kilómetros cuadrados. Lo mismo si es un partido del campeonatillo local o un juego que deparó otra vergonzosa derrota a la selección. Veamos el primer caso: antes había un solo clásico nacional, por supuesto Saprissa y la Liga. De un tiempo para acá, resulta que todos los partidos son “clásicos”. Cartago y Heredia disputan el clásico provincial. El Carmen y la Liga: el clásico de Alajuela ya le queda corto. ¿Saben cómo escuché recientemente? ¡El Derby manudo! ¿Cuál otro inventaron hace poco? Ah sí, Puntarenas - Limón, ¡faltaba más!, es el clásico de los puertos.

Cuando había un solo clásico, las barras se organizaban para llevar alegría y apoyo a su equipo por medio de cantos. Ahora se hizo costumbre (importada) quebrarle los vidrios de la casa a una familia tibaseña por el imperdonable error de ser liguista. Esos que se hacen llamar aficionados ya causaron una muerte. ¿Cuántas más faltan? Cuando había un solo clásico, uno llegaba dos horas antes, compraba su entrada y listo. Ahora, los que todavía tienen el valor de ir al estadio deben hacer ochocientos metros de fila para comprarla en reventa, por lo menos al doble del costo original.
Ahora juega la “Sele” en Barbados. ¡Mirá que bonito es Barbados! Fin del partido: Barbados 2, Costa Rica 1. ¡Es insoportable el calor que hace aquí en Barbados! Mientras tanto, en nuestro terruño le dedicarán 800 páginas de cobertura, repleta de entrevistas y gráficas en color en la prensa escrita y muchas horas de “debate” en radio y televisión, opiniones a entrenadores, exentrenadores y principalmente aspirantes a entrenadores. Esos últimos abundan.

Si el equipo de todos gana, sálvese quien pueda, los precios se disparan, (excepto los de las hamburguesas) surgen nuevos impuestos fantasmas, el país se paraliza, el guaro no alcanza para celebrar que “ya estamos en el mundial”. Los precios vuelven a subir y el pueblo, cual bestia de carga, se los echa al lomo por dos posibles razones: si reclama lo premian con más azotes para que se apure y se calle, o lo que es más probable, no se ha dado cuenta que hay alguien más que está metiendo goles con un estilo que ya se desearía Chope.

Pobre pueblo el nuestro, que a falta de una hectárea de zona verde donde ir a andar en bici, patear bola o trotar, le recetan esos remedos de futbol y concursos, que lo que provocan es ganas de llorar a todo dar.

Julio 2000